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Archive for the ‘Patrimonio inmaterial’ Category

La difusión de nuestro pasado a través de fotografías antiguas impresas en calendarios de bolsillo (especie en extinción) es una iniciativa muy loable que merece ser reconocida y agradecida. Fomenta el debate y aviva recuerdos entre quienes han conocido lugares y anécdotas a punto de perderse en la noche de los tiempos. Y permite, a quien le dedique unos momentos, conocer someramente el pueblo de sus antepasados, un pueblo tan diferente que, a veces, parece irreconocible.

Ya he dedicado una entrada a la Degustación Arraun, a la Joyería Antolín y al club de remo Itsasoko Ama. Hoy toca hacer recopilación de calendarios de bolsillo de diferentes comercios y entidades santurtziarras que reproducen imágenes tradicionales o relacionadas con la historia del municipio. De algunos no hay datos porque no los tengo físicamente. Si los conserváis y/o tenéis alguno más os agradecería que me facilitaseis la información y la imagen.

  • 1953 – 

  • 1967 – Librería Estrella (Oviedo).

  • 1973 – 

  • 1974 – Imprenta Numar.

calendario para 1974 imprenta numar

  • 1977 – Gráficas Ecalsa (Bilbao).

  • 1979 – Transportes Cabrera.

  • 1990 –

  • 1995 – 

  • 1997 – Café Nuevo Liceo.

  • 1997 – Instituto Municipal de Deportes.

  • 1999 – Hospital San Juan de Dios.

  • 2000 – [sin publicidad en reverso].

  • 2001 – Oficina Municipal de Información al Consumidor.

  • 2008 – Celibel.

  • 2012 – Farmacia Mireya Panizo Martínez.

  • 2014 – Bar Lagun Etxea.

  • 2015 – 

  • 2015 – Patronato Santa Eulalia.

  • 2016 – Administración de Fincas Virgen del Mar.

  • 2016 – EAJ-PNV.

  • Sin fecha conocida

 

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Nuevo artículo, el 32.º de la serie, publicado en el número 134 de ensanturtzi.com en la sección Santurtzi Ezagutu: pequeños fragmentos de la historia de Santurtzi, correspondiente al mes de diciembre. Dedicado a la génesis de la parroquia de La Inmaculada Concepción del barrio de Las Viñas.

 

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Cada 12 de diciembre las Naciones Unidas celebran el Día Internacional de la Cobertura Sanitaria Universal para recordarnos que todas las personas tienen derecho, sin discriminación alguna, a servicios sanitarios integrales de calidad. Este año, además, se conmemora el centenario de la virulenta pandemia de gripe de 1918 que causó la muerte de millones de personas en todo el mundo, en parte por no tener acceso a esos servicios básicos. Estas dos efemérides me sirven de excusa para dedicar una entrada a la afección de la epidemia de gripe de 1918 en Santurtzi.

La epidemia de gripe de 1918 tuvo una inusitada gravedad. A diferencia de otras epidemias de gripe que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables. ​Es considerada la pandemia más devastadora de la historia humana, ya que en solo un año mató entre 40 y 100 millones de personas. Esta cifra de muertos, que incluía una alta mortalidad infantil, se considera uno de los ejemplos paradigmáticos de crisis de mortalidad.

La mayoría de los investigadores aceptan que la pandemia se inició en marzo de 1918 en los Estados Unidos. Incluso señalan en su origen a los trabajadores chinos contratados en Camp Funston (Texas) y el 4 de marzo como el día exacto de su inicio. Sin embargo, en el otoño de 1917 ya se había producido una primera oleada heraldo en, al menos, catorce campamentos militares del ejército estadounidense.

Otros autores creen que la epidemia ya se había manifestado en el ejército inglés en 1916-1917. El origen oriental de la pandemia también podría estar en la “pneumonie des Annamites” que se observó en Francia en 1916 y 1917, como bien documentan los archivos militares franceses. Precisamente uno de sus últimos brotes documentados ocurrió el mes de abril de 1917 en Chartres.

Lo cierto es que el virus que causó la epidemia de gripe en los Estados Unidos en marzo de 1918, en algún momento del verano de ese mismo año, sufrió una mutación o grupo de mutaciones que lo transformó en un agente infeccioso letal, el Influenza virus A de subtipo H1N1. El primer caso confirmado de la mutación se dio el 22 de agosto de 1918 en Brest, el puerto francés por el que entraba la mitad de las tropas estadounidenses.​ Desde Francia la primera onda epidémica se extendió por toda Europa, devastada tras cinco años de guerra que acabaría con el armisticio de noviembre de 1918. Y rápidamente, en unos meses, la epidemia alcanzó los confines del mundo habitado, trasformada en pandemia global.

Recibió el nombre de gripe española porque la pandemia recibió una mayor atención de la prensa en España que en el resto de Europa. España no se vio involucrada en la gran guerra y no censuró la información sobre la enfermedad. Los médicos militares franceses la denominaban veladamente la maladie onze, la enfermedad once. A principios de junio, los parisinos, que desconocían los estragos que la gripe había causado en las trincheras, se enteraron de que dos terceras partes de los madrileños habían enfermado en solo tres días. Sin ser conscientes de que la gripe llevaba mucho más tiempo entre ellos y con la interesada condescendencia de sus respectivos gobiernos para cargarle el muerto a otro, los franceses, los británicos y los estadounidenses empezaron a llamarla la gripe española.

A diferencia de otros virus que se transmiten por contacto sexual o por la sangre, el virus de la gripe lo hace por el aire, en minúsculas gotas de agua expulsadas a través de toses, estornudos, etc. El contagio se produce cuando entran en contacto con las vías respiratorias de otra persona.

Los síntomas que presentan los enfermos de gripe son fiebre alta, dolor de cabeza, dolor y malestar general, tos, dolor de garganta, daños en los oídos…Como podemos observar la infección afecta a la nariz, la garganta y, si se da el caso, los pulmones, llegando  a provocar la muerte. En el caso de la gripe de 1918, la muerte se producía por asfixia, cuando los pulmones se llenaban de un líquido sanguinolento. De hecho, esta gripe se bautizó en un principio como “epidemia púrpura”, ya que los infectados cuando iban a morir presentaban manchas violáceas en las mejillas, que conforme pasaba el tiempo se transformaban en manchas negro-azuladas. En ese momento, el infectado estaba condenado a morir.

Para conocer más detalles de esta pandemia es recomendable la lectura del libro ‘El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo’ de Laura Spinney.

Anton Erkoreka en su publicación titulada La pandemia de gripe española en el País Vasco (1918-1919) analiza el comportamiento contradictorio de la enfermedad, condicionado por la orografía, el clima, las vías de comunicación que unen Paris y Madrid, etc. De este modo, se manifiesta una primera onda epidémica, a finales de la primavera de 1918, que subió desde Portugal, Andalucía y Extremadura y no atravesó las cadenas montañosas del norte de la península ibérica, contra las que se agotó en junio de ese año. En cambio, una segunda onda epidémica bajó de Francia en septiembre, atravesó rápidamente el territorio, se extendió por toda la península y provocó una gran mortandad, llegando hasta el último rincón en muy pocas semanas. La pandemia mostró su peor cara en otoño de 1918. Con la llegada de un tiempo propicio para enfermedades respiratorias, el virus de la gripe mutó y se volvió aún si cabe más letal. Durante este período se registraron más muertes que en ningún otro, especialmente durante el mes de octubre.

El 1 de octubre se publicaba en prensa la circular del gobernador civil de Bizkaia que, como presidente de la junta provincial de sanidad, ordenaba, entre otras medidas, la suspensión de toda clase de fiestas, espectáculos, reuniones y otras aglomeraciones públicas para evitar la propagación de la enfermedad.

El día 6 de octubre aparecían recomendaciones a tomar para evitar el contagio.

El día 22, ante la gran alarma social creada en Bilbao, el Ayuntamiento publica una estadística que recoge todas las muertes producidas en su término municipal durante los primeros 19 días del mes de octubre.

El grupo santurtziarra de aficionados a la genealogía, Santurtziko GenealogiZaleak, ha querido contrastar la información publicada al respecto a nivel global con el comportamiento de la epidemia en nuestro municipio.

El trabajo de campo ha sido sencillo pero muy laborioso. Se ha desarrollado a lo largo de un mes aproximadamente. En el Archivo Histórico Eclesiástico de Bizkaia se han contabilizado los fallecidos durante los años 1915-1921 para ver si en 1918 y siguientes hubo un número anormalmente alto de defunciones.

Además, se han revisado detenidamente todas las partidas de defunción de los santurtziarras fallecidos en 1918 buscando la causa del óbito. Las diferentes causas de defunción asociadas a la epidemia de gripe recogidas son: neumonía gripal, neumonía doble gripal, bronconeumonía de origen gripal, bronconeumonía doble de origen gripal, neumonía disentería gripal, neumonía gripal infecciosa, etc.

De los 119 fallecidos en Santurtzi en 1918, el 65% lo fueron a consecuencia de la gripe y sus complicaciones: 78 personas de las cuales 34 eran mujeres, 26 eran hombres y 18 eran niños entre 0 y 12 años. Efectivamente, la segunda onda epidémica fue más devastadora como se refleja en el gráfico.

Algunos días se registraron hasta cinco defunciones consecutivas  como, por ejemplo, el 10 de noviembre de 1918. De Santurtzi no tengo información, pero en otras localidades quedó suspendida la costumbre de que las campanas doblaran a muerto durante esos luctuosos escenarios para no sembrar el pánico.

Con algunas familias la epidemia se ensañó. Por ejemplo, el matrimonio formado por Inocencio García Mardones y Felipa Fernández Llaro: el falleció el 24 de octubre y ella el 30. El 27 de octubre, en pocas horas fallecen dos hermanas, Ascensión y Pilar Gutiérrez Bastida. Leonor Ruiz Urrestizala, de 27 años, fallece el 12 de octubre y su hermano Cristóbal, de 25 años, fallece dos días más tarde.

Más ejemplos. En apenas unos meses fallecen dos jóvenes de 14 y 17 años: Dolores Urioste Sodupe, el 3 de junio y su hermano Antonio, el 29 de noviembre. Una niña de 11 años, María Concepción Tirado Aguirrebeitia, fallece el 13 de enero  y su padre de 38 años, Apolinar Cecilio Tirado Rus, fallece el 28 de octubre. Desconsolada tuvo que ser la situación de la familia Alique Llana: dos hermanos, Jesús de 8 años y José de 14 meses, fallecen el 17 de octubre y el 27 de diciembre respectivamente. Un último ejemplo: María Luisa Abad Tueros, de 20 años de edad, se casa el 14 de octubre y fallece el día 21.

Afecta a todos los estratos sociales, fallece gente corriente y personajes acomodados como Santiago Joaquín Benito Murrieta Cabieces, hermano de Juan Murrieta el californiano; el maestro Fermín Reparaz Aguinaga; María Encarnación Baladía Quintana, suegra de José Sanginés, el propietario del chalet Sanginés y abuela de Leonor Amezaga; y María López Salgueiro, hermana del propietario del palacete en el que ahora se ubica la Escuela de Música.

Entre los fallecidos hay algún familiar más o menos cercano, Simón Baldomero Fernández Novo, hermano de mi abuelo paterno.

También hemos tenido en cuenta la repercusión que tuvo en los cinco primeros meses de 1919 y 1920, considerados a nivel mundial como afectados por la misma pandemia. Por suerte, la afección en Santurtzi fue mucho menor aunque se detectan defunciones a causa de la gripe. En 1919 hubo 15 fallecidos: 2 mujeres, 3 hombres y 10 niños entre 0 y 6 años. En 1920 hubo 14 fallecidos: 7 mujeres, 5 hombres y 3 niños  entre 0 y 13 meses.

En la siguiente tabla, en rojo el número total de fallecidos anualmente entre 1915 y 1921, y en verde las muertes causadas por la gripe (para 1919 y 1920 solo enero-mayo). Teniendo en cuenta que en 1912 (no se refleja en la tabla) hubo 123 fallecidos, más que en 1918, y que en 1921 se contabilizan 110 es difícil extraer conclusiones.

Además, sorprendentemente, de los 123 fallecidos en 1912, a 23 se les diagnosticó bronconeumonía,  a 18 bronquitis capilar y a otros 2 bronquitis catarral como causa de la muerte. Dicho esto, parece ser que la mortalidad no aumenta en exceso en 1918, si bien la causa de la muerte de la mayoría de los fallecidos en 1918 está directamente relacionada con la epidemia de gripe y afecta a sectores de la población que normalmente no se veían afectados. Además, las muertes se concentran en los meses de octubre y noviembre, principalmente.

Como acertadamente apunta la socióloga Beatriz Echeverri Dávila en su estudio sobre la gripe de 1918, la pandemia afectó especialmente a los adultos jóvenes. En un año no epidémico, las muertes por gripe se concentran en los dos sectores más débiles: los niños menores de un año y los ancianos. En 1918, en cambio, la mortalidad más elevada se registró entre las personas con edades comprendidas entre 20 y 44 años.

Para finalizar, el listado de las personas fallecidas en Santurtzi en 1918, 1919 y 1920 a causa de la epidemia de gripe.

  • 1918

Luis Rivero González, Maria Concepción Tirado Aguirrebeitia, María Encarnación Baladia Quintana, Luisa Torrealday Galíndez, Felisa Otaola Larrea, María Josefa Uriarte Iriarte, Araceli Fernández Tamayo, Mariana Gómez Barquín, Victoria Pantaleona Chabarri Muñecas, Cesáreo Mendazona Eugenia, Edmundo Resurreción Echandia Alberdi, Benedicta Ranero Uriarte, Santiago Joaquín Benito Murrieta Cabieces, José María Hormaechea Pon, Justa Fernández Quintana, Valentina Rodríguez López, Leonor Ruiz Urrestizala, Sergio Belategui Sierra, Plácida Mendicote Ibarra, Petra María Fernández Álvarez, Ubaldina Martín Torres, Cristóbal Ruiz Urrestizala, Trinidad Gajaca Peral, Genaro Arribas Martínez, Josefa Landeta Arana, Jesús Alique Llana, Avelina María Capetillo Vizcaya, Miguel Ugarte Iriarte, José López de Eguinoa San Miguel, María López Salgueiro, Hilaria Arenas Sarasola, María Luisa Abad Tueros, Carmen Castaños Ruiz, Buenaventura (Francisca Ramona) Arrizabalaga Izaguirre, Manuel Arenas Sarasola, Inocencio García Mardones, Benigna Recondo Aguirre, Manuela Lucena Ugalde, Eladio Martín García, Manuela Portillo Barreras, Francisco López Zardón, Martín García Balmuri, Custodio Ugalde Zuloaga, Ascensión Gutiérrez Bastida, Pilar Gutiérrez Bastida, Apolinar Cecilio Tirado Rus, Felipa Fernández Llaro, Ramón Rodríguez Urioste, María Josefa Camino Chabarri, Carmen Allu Patiño, Leonardo Juan Alonso Castillo, Segunda Felisa Loredo Muñoa, Simón Baldomero Fernández Novo, Isidro Larrabide Solachi, Francisco Enrique Llantada Ruiz, Gabriel Clavet Soler, Avelina Lafuente Val, José Manuel Ramón Bosque Rodriguez, Ramón Iriarte Manzaneda, Elisa Lázaro Lázaro, María Engracia Castillo Urioste, Genaro Belategui Herboso, Félix Cayón Trespalacios, Benita Alonso Fernández, Santiago Castaños Ruiz, Petra Díaz Chasco, Pablo Vallejo Encina, Bernarda Juliana (Luciana) Alcalde Echaniz, Timotea García Respaldiza, José María García Garrido, Fermina Martínez Rabre, Antonio Urioste Sodupe, Serafina Blanco Camaño, Manuel González Soteras, Julita Viguera Cosquero, Clementina Fernández Pérez y José Alique Llana.

  • 1919 (enero-mayo)

Concepción Obregón Pérez, Domingo Martínez Astobiza, Ricardo Vitoriano Cintas Rodríguez, Micaela Agustina Furundarena Larrañaga, Pedro Mendizabal Echebarria, José Oribe Nazabal, Inocencio Justo Zubillaga Cordón, Guillermo Barquín López de Eguinoa, Emilio Ranero Uriarte, Serafina Zarate Peral, Jesusa Fernández Pérez, Quintín Pérez Lafuente, Alejandro Pita Ugarte, Francisco Renobales Renobales y Federico Arana Arana.

  • 1920 (enero-mayo)

Dorotea García Alonso, José María Ortiz Arteaga, Isidora Montemayor Sodupe, Antonio Gutiérrez-Barquin Seistrueba, Félix Aramburu Tajada, Herminia Muñoz Carrasco, Petra Elisa Goiri Careaga, María Rosario Rubín de Celis Pradas, Severiana Lucía Landeta Quintana, Encarnación Cintas Rodríguez, Clemente Castillo San Martín, Manuel Urtiaga Bayón, Fermín Reparaz Aguinaga y Petra Elisa Doradel García.

En el artículo correspondiente a la repercusión de la pandemia de gripe en Portugalete, publicado por Aurelio Gutiérrez en su blog La vida pasa, encontramos algunos fallecidos que, siendo vecinos de Portugalete, habían nacido en Santurtzi: José García Gorostiza, Nicolás Santacoloma Sasia, Pedro Aranceta Menchaca, Elpidio San José Puente y Saturnina Balparda Durañona. Todos fallecidos en 1918.

 

 

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El 8 de diciembre de 1968 se consagraba solemnemente la nueva iglesia dedicada a La Inmaculada Concepción en el barrio de Las Viñas. Y para conmemorarlo, Francisco Javier Pérez Cano, amigo y colaborador de este blog y administrador del grupo de Facebook dedicado al barrio de Las Viñas-Bullón, ha preparado con mucho cariño una entrada que paso a extractar.

Todo comienza en el año 1965, cuando el párroco del barrio de Mamariga, don Elías Bravo Olano, se dio cuenta de que la población de Santurtzi estaba creciendo de una manera desmesurada y a un ritmo vertiginoso.

La zona de Las Viñas, que abarcaba la feligresía de dos parroquias, San Jorge y Virgen del Mar, era una de las que más había crecido, y estas dos parroquias se habían quedado pequeñas ante este aumento de población. Se hizo un estudio de esa zona, en la que hasta no hacía mucho no había más que huertas y unas pocas casitas desperdigadas, y se pudo comprobar que en ese momento tenía más de 7.500 posibles feligreses. Y eso que en aquel momento el área comprendida entre la calle Ramón y Cajal y el actual parque de Gernika pertenecía a la feligresía de San Jorge. El barrio entero alcanzaría los 9.000 habitantes.

Con todos estos datos, don Elías se puso en contacto con el obispo de Bilbao, don Pablo Gúrpide Beope, y le expresó la idea de crear una parroquia en el barrio de Las Viñas.  Al obispo le entusiasmó la idea y dio el visto bueno. Además, le propuso el nombre de don Francisco García López, por aquel entonces coadjutor de la parroquia de Nuestra Señora Virgen del Puerto de Zierbena, como persona indicada para ayudarle a llevar a cabo esta propuesta.

Don Francisco nació en Balmaseda el 29 de mayo de 1933 y a la edad de 6 años fue a vivir a Sodupe. El 28 de junio de 1959, cuando contaba con 26 años de edad, fue ordenado sacerdote en la iglesia de San Francisco de Asís en Bilbao, conocida popularmente como la Quinta Parroquia. Su primer destino fue, como coadjutor, la parroquia Nuestra Señora del Puerto en Zierbena junto al párroco don Apolinar Martínez, hasta el año 1965 que fue destinado a Mamariga. Hizo su presentación en Santurtzi el día del Carmen.

Muy pronto comenzó, junto con don Elías, con los trámites y las gestiones para la construcción de la nueva parroquia de Las Viñas. El primer paso fue ir al Ayuntamiento, presentar la idea de la creación del nuevo templo y solicitar un terreno donde poder construirlo. El Consistorio estuvo conforme con la idea y cedió a cambio de una renta simbólica, una parcela al final de la calle Ramón y Cajal, donde en aquél momento estaba situado un antiguo lavadero que llevaba muchos años fuera de uso y en estado de ruina. El constructor José María Ortolatxipi, vecino de Mamariga, se ofreció para ejecutar el derribo del lavadero y la construcción de la iglesia, dando facilidades para el pago de todas la obras. El arquitecto Manuel Zayas Arancibia se ocupó del proyecto y diseñó un templo amplio, con numerosas dependencias parroquiales ubicadas en la parte inferior.

En enero de 1967 empiezan las obras de derribo del lavadero y de la construcción de la nueva iglesia.

Poco después, otro constructor, en este caso del barrio de Las Viñas, llamado Juan Manuel Zabala Elósegui «Tolo», cede a don Elías y a don Francisco, una lonja situada en el núm. 21 de la calle Doctor Fleming para utilizarla como templo provisional mientras duraran las obras de construcción de la nueva iglesia. Y eso que aún no estaba instituida oficialmente la nueva parroquia. Don Elías solicitó el pertinente permiso al obispo Gúrpide y este accedió. Los feligreses regalaron el mobiliario necesario y la primera imagen de La Inmaculada Concepción, que actualmente se conserva en los sótanos de las dependencias de la iglesia.

Las obras del nuevo templo seguían avanzando a buen ritmo. En verano ya se podía apreciar la forma que tendría el alzado del edificio.

El domingo 15 de octubre de 1967, día de Santa Teresa de Jesús, en la lonja situada de la calle Doctor Fleming, justo enfrente de las antiguas escuelas de Primo de Rivera, don Francisco García oficiaba misa por primera vez en la provisional parroquia de la Inmaculada.

Una semana después, el domingo siguiente, 22 de octubre, el obispo Gúrpide visitó la lonja y mandó, a propuesta del párroco don Elías, que se administrasen todos los sacramentos como si fuese una auténtica parroquia. Desde entonces funcionó como aneja a la de la Virgen del Mar de Mamariga, y bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, de la que era muy devoto don Francisco.

Mientras tanto, continuaban las obras del templo definitivo, aunque no exentas de contratiempos. Cuando ya se llevaba construido más de la mitad, un error de cálculo hizo que el tejado se viniese abajo. En aquel momento no había nadie en el edificio en construcción, por lo que no se tuvieron que lamentar daños personales.

Llegaron las primeras comuniones, que se celebraron el día 8 de mayo de 1968, pero debido a la gran cantidad de niños que participaban, fue imposible hacerlo en la lonja. Así que la ceremonia se realizó en el patio de las antiguas escuelas de Primo de Rivera.

Cuando todo iba de maravilla, la parroquia en la lonja llena de feligreses, las obras del nuevo templo viento en popa, ocurre una gran desgracia. El 15 de junio de 1968 moría don Elías Bravo Olano, párroco de Nuestra Señora Virgen del Mar y máximo precursor de la creación de la parroquia de la Inmaculada Concepción en el barrio de Las Viñas. Nunca pudo ver cumplido su sueño. Don Francisco toma las riendas del proyecto.

El 14 de octubre el obispo Gúrpide, que desde el primer momento se había interesado de manera especial, visitó las obras de la nueva iglesia. Pudo comprobar el estado de las obras de construcción del nuevo templo que se estaba construyendo con las ayudas de todos los feligreses y los donativos de varios vizcaínos. Se le explicó que tendría cabida para 1.800 personas, las dependencias parroquiales necesarias, una guardería infantil de 70 plazas y un parvulario también de 70 plazas.

En noviembre, sin estar todavía acabadas las obras, se comienza a oficiar la misa y demás oficios religiosos en la nueva iglesia. Cuando se estaban ultimando los preparativos para la inauguración, ocurre otro suceso importante. El 18 de noviembre fallece el obispo Pablo Gúrpide Beobe. Después de interesarse tanto por la parroquia, tampoco pudo verla terminada. Finalmente, el 2 de diciembre de 1968, el obispo José María Cirarda Lachiondo, administrador apostólico de la diócesis de Bilbao, vacante por la reciente defunción de su obispo Gurpide, firma el decreto de erección de la nueva parroquia.

Se pone en marcha el programa de actos de la inauguración. El día 30 de noviembre comienza con una Novena a la Inmaculada a las 7:45 de la noche. A las 11 de la mañana del día 5 de diciembre, se celebran las Confirmaciones. El día 7, a las 10:30 de la noche hubo Vigilia extraordinaria de la Adoración Nocturna. Y, finalmente, el 8 de diciembre, festividad de La Inmaculada Concepción, se procede a inaugurar oficialmente el nuevo templo.

Monseñor José María Cirarda Lachiondo, obispo administrador, bendijo la iglesia, consagró el altar y ofició una misa conjunta con don León María Martínez, vicario de la diócesis, don Francisco García López, párroco de la nueva parroquia y don José María Iruretagoyena, párroco de San Jorge.

Y cincuenta años después se conmemora esta efemérides.

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Decimosegunda y última entrada de la serie dedicada a recopilar las fechas más significativas de la historia de Santurtzi: fiestas tradicionales, hitos históricos, acontecimientos señalados, nacimientos y/o defunciones de personajes destacados, fechas de creación de entidades (colegios, clubes deportivos, grupos de danzas, etc.), inauguración de infraestructuras, etc.

Esta es una de esas entradas en permanente construcción pues seguro que con el tiempo iremos añadiendo, entre todos, nuevos eventos al listado. Aquellos a los que ya haya dedicado una entrada en el blog irán adecuadamente enlazados. Los que no, seguro que son candidatos.

Este es el resultado provisional para el mes de diciembre:

 

  • 2 de diciembre de 1968: creación de la parroquia de La Inmaculada Concepción en Santurtzi.

  • 2 de diciembre de 1983: la Comisión Municipal Permanente concede licencia de apertura a la degustación Luna.

  • 2 de diciembre de 1985: comienza a emitir Radio Santurce-Santurtzi Irratia.

  • 3 de diciembre de 1910: comienza su actividad la sección local del movimiento católico Adoración Nocturna Española.

  • 4 de diciembre de 1879: R.O. que aprueba el proyecto de mejora de la barra y tamo inferior de la ría.

  • 4 de diciembre de 1971: concesión de la «Primera Medalla de Oro» al dictador Francisco Franco. Afortunadamente, esta distinción se revoca el 26 de mayo de 2016.

  • 5 de diciembre de 1983: defunción del párroco Luis Emiliano Pinedo Murga.

  • 6 de diciembre: festividad de san Nicolás de Bari, patrón de la Cofradía de Mareantes de Santurtzi.

 

 

  • 6 de diciembre de 1953: nace Andolin Eguzkitza Bilbao. Una plaza y un busto perpetúan su recuerdo en Santurtzi.

 

 

  • 8 de diciembre de 1968: consagración de la nueva iglesia de La Inmaculada Concepción de Las Viñas.

  • 10 de diciembre de 1730: naufragio en el Abra del navío San Agustín, el primero del que se tiene noticia.

 

 

 

  • 11 de diciembre de 1969: nace María del Mar Cuena Seisdedos.

  • 11 de diciembre de 1980: se constituye el Centro Extremeño de Santurtzi.

 

  • 14 de diciembre de 1939: explosión de una mina en el Rompeolas.

  • 15 de diciembre de 1925: fallece Antonio Alzaga Arrieta. Una calle y una plaza perpetúan su recuerdo.

  • 15 de diciembre de 1928: inauguración del Gran Cinema Santurce.

  • 15 de diciembre de 1942: fallece Victoriano Larrarte. Una calle perpetúa su recuerdo y el de sus hermanos.

 

  • 16 de diciembre de 2011: inauguración de Mamariga Kulturgunea y de la biblioteca de Mamariga.

  • 17 de diciembre de 1830: fallece Simón Bolivar Palacios. Una calle perpetúa su memoria en Santurtzi.

 

  • 18 de diciembre de 1913: nombramiento de Leopoldo Boado como director de la Escuela de Náutica.

  • 18 de diciembre de 1928: nace José Luis Gutiérrez Ordorika. Homenajeado en 2010 en el kiosko de música por su contribución en diversas iniciativas sociales y culturales.

  • 18 de diciembre de 1975: entra en servicio la doble vía de ferrocarril gracias al segundo túnel entre Portugalete y Peñota.

  • 18 de diciembre de 1977: inauguración el actual batzoki de Santurtzi.

  • 18 de diciembre de 2007: se inaugura el GazteBox.

  • 18 de diciembre de 2016: fallece el futbolista Fidel Uriarte Macho.

  • 20 de diciembre de 1926: inauguración de la ampliación hasta Santurtzi de la línea del ferrocarril de Bilbao a Portugalete.

  • 20 de diciembre de 1970: consagración de la nueva parroquia de San Pedro de Kabiezes.

  • 21 de diciembre de 1991: fallece Joxe Migel de Barandiaran. Una calle perpetúa su memoria en Santurtzi.

  • 22 de diciembre de 1912: los arrantzales del pesquero Iparraguirre afortunados ganadores de la lotería de navidad.

  • 24 de diciembre de 1819: nace Antonio Trueba.

 

  • 24 de diciembre de 1960: nace Jesús María Expósito López, Iosu Expósito (Eskorbuto).

  • 24 de diciembre de 2018: fallece a los 101 años sor Pilar García Flores, Hija de la Caridad de San Vicente de Paul del Patronato de Santa Eulalia.

  • 27 de diciembre de 1976: nace el atleta Montxu Miranda Díez.

  • 28 de diciembre de 1386: el rey Juan I hace merced de la iglesia de san Jorge de Santurce a Juan González de Avellaneda, cuyos descendientes son patronos de ella hasta el siglo XIX.

  • 29 de diciembre de 1941: defunción del arquitecto Emiliano Pagazaurtundua Murrieta. Una calle perpetúa su recuerdo en Santurtzi.

  • 29 de diciembre de 2010: arranca la web Santurtzi, Argazkiak-Fotos, iniciativa de Carlos Beltrán de Heredia para recopilar y difundir nuestro patrimonio fotográfico.

  • 30 de diciembre de 1918: el alcalde solicita a la Junta de Obras del Puerto la instalación de una grúa en el muelle del puerto pesquero.

  • 30 de diciembre de 1987: se proyecta la última película en el cine Consa.

  • 31 de diciembre de 1872: nacimiento en Portugalete del sacerdote Jenaro Oraá Mendia. Una calle y un relieve en bronce en la base de la estatua de la Virgen del Carmen perpetúan su memoria.

  • 31 de diciembre de 1899: nace Joxe Migel de Barandiaran. Una calle perpetúa su recuerdo en Santurtzi.

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El beaterio de la Merced de Santurtzi es una institución completamente desconocida en nuestro municipio. Hasta ahora, solo el párroco Luis Emiliano Pinedo había investigado el tema en los años 70 del pasado siglo, pero como no llegó a publicar sus estudios, recogidos en un manuscrito titulado apócrifamente Santurce: apuntes históricos, no ha tenido la adecuada difusión. Tampoco disponía de los medios actuales y se limitó a consultar detenidamente los libros de la parroquia de san Jorge, que no es poco. Así que, aprovechando que en 2018 se celebra el octavo centenario de la orden de la Merced, voy a publicar ordenadamente todas las referencias que he ido recopilando sobre esta desconocida entidad religiosa santurtziarra.

Beatas era la denominación que en el pasado se daba a ciertas mujeres piadosas que vivían apartadas del mundo, o bien solas, o bien en beaterios, es decir, en pequeñas comunidades vinculadas en ocasiones a la tercera orden franciscana o a la orden de los predicadores (dominicos). Envueltas a menudo en una aureola de santidad, gozaban de cierto prestigio entre las clases populares. En el caso de Santurtzi, el beaterio existente estaba vinculado a la orden mercedaria.

Esta advocación tiene su inicio hace 800 años, cuando la Virgen María, en su advocación de Virgen de la Merced, se apareció el 1 de agosto de 1218 a tres ilustres barceloneses: a san Pedro Nolasco, quien sería precisamente el fundador de la Orden de la Merced; al rey Jaime I de Aragón el conquistador y a san Raimundo de Peñafort, fraile dominico, maestro general de su orden de predicadores y confesor del primero. Diez días después de la aparición, los tres caballeros se encontraron en la Catedral de Barcelona y compartieron haber tenido la misma aparición: la Virgen María les pedía la fundación de una orden religiosa dedicada a la redención de los cautivos. Sería la Orden de la Merced para la redención de los cautivos.

La iconografía usada para representar a la Virgen de la Merced queda definida a partir del siglo XVI, consistiendo fundamentalmente en el hábito mercedario: túnica, escapulario y capa, todo en color blanco, con el escudo de la orden en el pecho. Otros elementos recurrentes son las cadenas y el grillete, símbolos del cautiverio.

Un personaje femenino muy importante en la orden, de hecho la primera religiosa mercedaria,  fue santa María de Cervelló (Barcelona, 1230-1290). Es también conocida como María del Socorro por los relatos que cuentan que fue vista, en vida y después de muerta, acudir en ayuda de las naves de la redención en medio de enormes tempestades. Se le invoca como patrona de navegantes para evitar naufragios y por lo general se le representa con una embarcación en una de sus manos. Este aspecto me parece muy interesante a tener en cuenta en una población como Santurtzi que durante siglos fue patria de cientos de mareantes.

En 1384 la Orden de la Merced fundó el convento de Santa María en Burtzena (Barakaldo) que tuvo un notable influjo en el territorio. Tiempo después, la Orden de la Merced abrió numerosos beaterios a cargo de laicos, que se ponían al servicio de la obra de redención de cautivos. Fueron de gran ayuda para la colecta de limosnas y para la acogida de los cautivos liberados que volvían enfermos o sin medios. Estos beaterios vizcaínos florecieron al amparo de la comunidad de Burtzeña: Santurtzi (anterior a 1464?), Bilbao (1514), Deusto (1520), Markina (1545), Arrankudiaga y Larrabetzu (circa 1548), Berriz (1550), Ibarra (1563) e Ibarruri (1594). De este último se conserva el edificio, que ostenta el escudo de la orden en la fachada. Así podría haber sido el aspecto del beaterio santurtziarra.

Durante la Baja Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, siglos XV-XVI, convertirse en beata fue un fenómeno ampliamente documentado. En aquellos siglos no estaba bien vista la soltería femenina, pero profesar en una orden religiosa no estaba al alcance de mujeres sin recursos ya que era obligatorio aportar una elevada dote para ingresar en el convento. De forma más o menos espontánea un grupo reducido de mujeres laicas, las beatas, se juntaban voluntariamente para vivir en común y dedicarse a la oración, al trabajo y a ejercer tareas de enseñanza (catequesis) o labores piadosas y caritativas. Pero no vivían en clausura ni profesaban votos como las religiosas (monjas). Casi todos los municipios importantes tuvieron algún beaterio.

A partir del Concilio de Trento se exhortó a los beaterios a convertirse en monasterio o convento con los tres votos solemnes de pobreza, obediencia y castidad, y el cuarto de clausura. Como medida de presión se prohibía recibir nuevas novicias a los beaterios que no impusiesen la clausura.  Es decir, si un centro no aceptaba imponer la norma, estaba abocado a extinguirse. Muchos beaterios se opusieron puesto que la clausura impediría desarrollar actividades de las que dependía el sustento económico de estos beaterios: su dedicación a la enseñanza religiosa de niños y doncellas y al adiestramiento en las labores y gobierno de la casa, la visita y el cuidado a enfermos que carecían de familia, amortajar a los difuntos, otros trabajos manuales, etc.

Por alguna razón desconocida, el beaterio de Santurtzi, pudo continuar sin tener que transformarse en convento de clausura. En Bizkaia solo encontramos otra excepción, el beaterio de las agustinas de Markina (se extingue en 1846 con la muerte de la última beata, como sucede en Santurtzi).

La historia de los beaterios y su transformación en conventos ha sido estudiada en profundidad por Nere Jone Intxaustegi. Dos artículos suyos son de lectura recomendable: Beatas, beaterios y conventos: origen de la vida conventual femenina vasca y Beatas y beaterios vizcaínos: desde el nacimiento medieval a la extinción del siglo XIX.

En este último la autora señala la existencia de dos beaterios en Santurtzi, el adscrito a la orden de la Merced, protagonista de esta entrada, y otro adscrito a la Tercera Orden de San Francisco, cuya patrona es Santa Isabel de Hungría, por lo que las beatas fueron conocidas como terciarias o isabelinas. De las isabelinas de Santurtzi dicen que en 1631 seguían sin haber abrazado la clausura y que la comunidad desapareció con la muerte de la última beata (antes de 1655).

Como ocurre en otros muchos ámbitos de la historia de Santurtzi, desconocemos la fecha exacta de fundación del beaterio y el nombre del fundador o protector que dotaba inicialmente con una serie de bienes a la institución. Tampoco sabemos si se adscribió desde el comienzo a la Orden de la Merced, aunque es probable dada la cercanía y la reputación del convento de Burtzeña. Y son muy escasas las referencias que encontramos a lo largo del tiempo.

La primera referencia cronológica la encontramos en la biografía de Lope García de Salazar (1399-1476) realizada por Sabino Aguirre Gandarias. Según cuenta, a raíz de una riña conyugal, Juana de Butrón y Mujica la esposa del cronista se separó definitivamente y en 1464 se retraxo a un monasterio de Santursi en una casa situada cabe la iglesia de las beatas. No sé si este beaterio se corresponde con el mercedario o con el terciario-isabelino.

La segunda referencia conocida data de 1574. Se trata del testamento otorgado por Pedro de la Torre,  vecino de Mamariga, en el que se cita el beaterio de la Merced y a una de las beatas, la primera que conocemos por su nombre: Madalena de Nocedal.

Tenemos noticias de otra beata nacida en Galdames en 1609, Magdalena Ballibian Achuriaga. José María Urrutia Llano en su obra La casa Urrutia de Avellaneda, publicada en 1968, dice literalmente que fue monja en el convento de Nuestra Señora de la Merced en Santurce. Es evidente, a la vista de lo comentado, que utiliza los términos monja y convento como sinónimos de beata y beaterio.

Las beatas, adscritas a la citada Orden de la Merced, presentaron para su aprobación sus  ordenanzas al arzobispo de Burgos en 1688, a cuya jurisdicción pertenecía Santurtzi. En el Archivo Histórico Eclesiástico de Bizkaia se conserva el documento, fuente de información imprescindible para conocer sus normas de funcionamiento, usos y costumbres. Este documento se reclama tras un previo auto de visita pastoral (de inspección), visitas que más o menos regularmente se realizaban en cada diócesis. En sucesivos autos de visita reflejados en los libros de la parroquia de san Jorge (1705, 1708, 1724, 1739, 1800) se menciona el beaterio y se añade información adicional sobre sus reglas y prácticas. También aparece mencionado en otro tipo de documentación. En 1769, en respuesta a la demanda del Vicario, el párroco de san Jorge le informa que en el beaterio de la Merced viven siete beatas.

De 1744 se conserva un interesante protocolo notarial de Matías de Villar, una compraventa. La madre comendadora Rosa de Nozedal, y las beatas San Joseph de Balparda, María de Trinidad San Pedro de los Heros, y Francisca de Mercedes y Nozedal, venden al matrimonio formado por Joseph de Echavarria y María de Larrazabal un terreno por 100 ducados de vellón.

El diez de marzo de 1754, la santurtziarra Marina del Valle otorga una escritura de fundación de censo en favor del beaterio de Nuestra Señora de la Merced del Concejo de Santurce, ante el escribano Manuel Antonio de Aranguren. El citado censo era una especie de contrato hipotecario, una forma de pago aplazado, instituido por la madre de una futura beata para dotar a su hija, Brígida del Valle, para que pudiera ingresar en el beaterio. El pago de los réditos de este censo se incumple en 1793 y el beaterio demanda al entonces propietario de parte de los bienes hipotecados, entre los que se encuentra una casa en el barrio de Mamariga.

En 1794, el sacerdote Manuel de Salcedo escribe una detallada descripción de nuestro municipio que remite al geógrafo y cartógrafo Tomás López de Vargas Machuca (Madrid, 1730-1802) para la confección de su inconcluso diccionario geográfico-histórico. El manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional en Madrid, pero existe una copia microfilmada en la Biblioteca Foral de Bizkaia. Respecto al beaterio dice lo siguiente:

Y así se refleja en el primer volumen del citado diccionario, publicado en 1802:  Hay finalmente un beaterio de nuestra Señora de la Merced en Santurce.

En el Censo de Policía realizado entre 1825 y 1826 cuatro mujeres (censadas en el Tercio de Cabieces) declaran como estado u ocupación la de beata de la Merced. Son las siguientes: sor María Antonia, sor Mercedes, sor Nicolasa y sor Trinidad. Todas ellas dicen ser naturales de Santurtzi. En aquel momento declaran tener entre 48 y 56 años de edad.

Durante la regencia de la reina María Cristina se inicia un proceso conocido globalmente como la desamortización de Mendizabal.  Entre 1835 y 1837 se firman una serie de reales órdenes por las que se suprimen los conventos de órdenes religiosas (con algunas excepciones, como escolapios y hospitalarios y las Hermanas de la Caridad), se expropian sus bienes y se ponen en venta. El beaterio de Santurtzi es uno de las instituciones religiosas afectadas. El intercambio de correspondencia que se conserva entre la Comandancia General de Vizcaya, la Diputación del Señorío de Bizkaia y la Diócesis de Santander (a la que pertenece Santurtzi entre 1760 y 1862) en la que se cita expresamente el beaterio santurtziarra no aclara el asunto. Pero, en mi opinión, fue probablemente suprimido como institución entre 1836 y 1837, ejecutando las citadas reales órdenes y demás decretos complementarios.

De las beatas registradas en el Censo de Policía, el grupo de genealogistas santurtziarra SGZ ha localizado las partidas de defunciones de tres de ellas. Sor María Antonia se nos resiste. Son las siguientes:

  • sor Mercedes Quintana Barco fallece el 7 de febrero de 1840.
  • sor María Rosa de la Santísima Trinidad Escarzaga fallece el 12 de junio de 1845.
  • sor Nicolasa del Espíritu Santo Zuazo Balparda fallece el 13 de diciembre de 1851. Esta partida es muy interesante pues el párroco consigna que era la última beata que existía en el suprimido beaterio de la Merced de Santurtzi.

En 1850, en el auto de visita del obispo de Santander se recoge el inventario de los efectos trasladados a la iglesia de san Jorge que pertenecieron a la ermita del desaparecido beaterio de la Merced. Entre ellos se cita un retablo de madera con las efigies de la Virgen de la Merced, san Pedro Nolasco, y santa María del Socorro.

Durante su larga existencia, aproximadamente tres siglos,  el número de beatas vinculadas al mismo tiempo al pequeño beaterio de Santurtzi siempre fue muy reducido: entre tres y siete. La comunidad se sometía a la autoridad de la madre comendadora. Era elegida por la comunidad para un periodo de tres años, sin posibilidad de reelección consecutiva.

Vestían las beatas de ropa interior modesta y sobre ella el hábito blanco mercedario de tejido basto de estameña o su similar llamado anascote. Sus austeras celdas, únicamente decoradas con alguna imagen de devoción carecían de mesa o escritorio y aún de puerta, haciendo sus funciones una cortina de tela. Dos almohadas, dos colchones y un jergón junto a dos mantas completaban el aderezo de la habitación. Dada la pobreza del beaterio todo ello había de ser aportado por la nueva beata.

El día a día de las beatas transcurría entre el tiempo dedicado al trabajo y a la oración. La jornada comenzaba a las cinco y media de la mañana en verano y una hora más tarde en invierno. Realizaban las tres comidas diarias a las seis, las diez y a las seis (una hora más tarde en invierno), siendo preparadas por la hermana refitolera. Asistían diariamente a misa a la iglesia de san Jorge. Caminaban en formación de dos en dos y sin pausa, sin pararse a conversar con seglares y menos aún con hombres, aunque fueran sus padres, hermanos o familiares. Las salidas del beaterio no podían realizarse en solitario, siempre tenían que ir al menos dos beatas juntas.

Los hombres no podían acceder al edificio excepto el médico, oficiales de oficios para realizar reparaciones o el sacerdote a administrar la extremaunción. En este último caso podía ser acompañado de cualquier persona para visitar a la enferma. Ningún hombre podía pernoctar en el beaterio. Las mujeres sí que podían acceder a las celdas para visitar a las beatas, pues como hemos comentado, nunca adoptaron la clausura.

He dejado para el final la cuestión de la situación del beaterio. De las beatas de Santurtzi no ha quedado casi ningún recuerdo, pero el edificio utilizado como beaterio subsistió mucho más tiempo reconvertido en escuela de primeras letras. Es posible que en sus cuatro siglos de vida cambiara de lugar hasta ubicarse finalmente en la sede que conocemos, empleada después como escuela, la de Fermín Repáraz. En la actualidad, en ese solar se ubica el edificio que acoge el euskaltegi y la escuela de idiomas. Luis Emiliano Pinedo lo ubica un poco más arriba, en la intersección entre la calle José Gurrutxaga y el grupo de viviendas 8 de marzo, justo debajo de Fontuso, apunta Carlos Glaría. En el Censo de Policía de 1826 las beatas están censadas administrativamente en el Tercio de Cabieces.

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Como comentaba en la entrada precedente, dedicada al cementerio viejo, la primera propuesta para trasladar el camposanto de ubicación data del 30 de abril de 1910. Es evidente que el casi centenario cementerio es insuficiente para un municipio cuya población casi se había triplicado en los últimos años. Además, está enclavado en el centro el pueblo, junto al hospital asilo y las escuelas municipales y en un plano superior por lo que se producen filtraciones de líquidos de putrefacción en la capa freática con el consiguiente peligro para la salud de los santurtziarras.

A finales de 1923 el Ayuntamiento decide emplazar el nuevo cementerio en el barrio de Kabiezes, entonces poco poblado. La Comisión de Fomento expone que las campas de Bizio en Cotillo cumplen con los requisitos exigidos para construirlo y se encarga al arquitecto municipal Emiliano Pagazaurtundua el proyecto. Del mismo destaco dos planos: el primero  que nos indica a quienes correspondía la propiedad de los terrenos y el segundo en que vemos la organización interna del cementerio, así como el diseño de la capilla, portada de acceso y tumbas. La flecha roja señala el cementerio civil, separado y con acceso propio.

En marzo de 1928 se adjudican las obras al contratista Juan Dimas Garmendia, vecino de Portugalete, por la cantidad de 92.100 pesetas, y dos años después, el 20 de mayo de 1930, se procedió a la clausura del viejo cementerio y a la inauguración del nuevo cementerio. La prensa de la época reseñaba la noticia con detalle.

Durante la II República los cementerios se secularizan y pasan a depender exclusivamente de las autoridades municipales a partir del 9 de julio de 1931. A partir del 8 de enero de 1932 se permite la cremación. Todas estas transformaciones se recogen en la ley de cementerios municipales y su posterior reglamento. La ley, de 30 de enero de 1932, da inicio con «Ios cementerios españoles serán comunes a todos los ciudadanos, sin diferencias fundadas en motivos confesionales», para proseguir con artículos que contemplan la colocación de la inscripción Cementerio Municipal en las portadas, la práctica de ritos funerarios únicamente en la sepultura, y la desaparición física de las tapias separado ras de los cementerios católico y civil. Toda guarda, administración, régimen y gestión corresponderán a los Ayuntamientos.

Quizás en ese momento se sustituye la inscripción Requiescant in pace que aparece en el proyecto por la que actualmente vemos en el acceso al cementerio.

Durante los primeros años de actividad del nuevo cementerio se procede adjudicar nuevas parcelas de terreno a aquellos vecinos que lo solicitan, muchos de ellos a cambio, en permuta, de las que ya tenían en el cementerio clausurado. Anastasio Amesti, el maestro cantero, edificará casi todos esos nuevos panteones.

El triunfo de los sublevados contra la legalidad republicana significará una vuelta atrás en lo que se refiere a legislación y práctica de enterramientos. Con anterioridad al fin de la guerra civil ya se establecen varias disposiciones en ese sentido. La Ley de Cementerios de 1938 desprende el máximo espíritu confesional: las autoridades municipales restablecerán en el plazo de dos meses, a contar desde la vigencia de esta ley, las antiguas tapias, que siempre separaron los cementerios civiles de los católicos.

Se reconocen y devuelven a la Iglesia y a las parroquias los cementerios incautados, quedando bajo la total jurisdicción eclesiástica los cementerios católicos, y bajo la civil los cementerios civiles, debiendo desaparecer de estos últimos todas las inscripciones y símbolos de sectas masónicas y cualesquiera otros que de algún modo sean hostiles u ofensivos a la Religión Católica o a la moral cristiana.

En lo que concierne a Santurtzi, el primer Ayuntamiento franquista encarga a Anastasio Amesti la construcción en lugar preferente de un panteón colectivo para las personas asesinadas en el asalto al barco prisión Cabo Quilates que habían sido enterradas individualmente en el cementerio. Este monumento funerario conmemorativo fue inaugurado el domingo 2 de octubre de 1938.

En los últimos 40 años han cambiado muchas cosas. A finales de los años 60, la transformación de la sociedad, el aumento del número de habitantes que viven en áreas urbanas y la limitación de espacio libre condiciona la morfología de los cementerios: comienzan a imponerse los bloques de nichos.

La ley 49/1978, de 3 de noviembre, de Enterramientos en Cementerios Municipales deroga la ley franquista de 10 de diciembre de 1938. Establece que los Ayuntamientos están obligados a que los enterramientos que se efectúen en sus cementerios se realicen sin discriminación alguna por razones de religión ni por cualesquiera otras y, en consecuencia, se elimina la separación física entre cementerios católicos y civiles.

La Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases del Régimen Local establece que los municipios tienen competencia en materia de cementerios y servicios funerarios. Esta competencia supone, además, una obligación por lo que deberá prestarse en todos los municipios, con independencia de su número de habitantes. Los vecinos pueden exigir la prestación de este servicio público que, en el caso de Santurtzi, se regula mediante un Reglamento de Régimen Interior del Cementerio municipal aprobado en el pleno celebrado el 27 de febrero de 2015.

Respecto a los ritos fúnebres y oficios mortuorios, las prácticas seguidas durante siglos comienzan a abandonarse en una sociedad cada vez más secularizada y van quedando en el olvido. La sociedad cambia y resulta inevitable que también lo hagan sus costumbres. Las prácticas mortuorias siguen siendo manifestaciones de tristeza, pero con rituales y manifestaciones de dolor acordes a los tiempos que nos ha tocado vivir. Son rarísimos los funerales de cuerpo presente. Cada vez son más numerosas las ceremonias civiles en tanatorios y la cremación posterior. Es cada vez más habitual prescindir de los cementerios y depositar las cenizas en lugares por los que los familiares fallecidos sentían especial aprecio.

Sin embargo, hasta no hace muchos años, cuando fallecía un familiar se amortajaba y velaba al difunto en su domicilio durante un día (alrededor de veinticuatro horas). El siguiente paso era la conducción del cadáver a la parroquia. El cadáver se deposita en una caja de madera, el ataúd. La salida del féretro del domicilio, se producía siempre con los pies por delante, costumbre que ha derivado en la aparición de la conocida expresión popular. Para el traslado hacia la iglesia, se organizaba una comitiva con un orden determinado. Lo normal era que la caja mortuoria fuese llevada en andas, apoyada sobre los hombros de cuatro individuos, familiares o amigos del finado. Finalizado el oficio funeral se trasladaba el cadáver al cementerio en donde recibía sepultura.

Para ilustrar parte de estas costumbres podemos recurrir a las imágenes del funeral de Manuel Martín Doradel, presidente de la Cofradía de Pescadores y concejal en el Ayuntamiento. Manuel Martín, Maneko, falleció en agosto de 1961.

Otra de las costumbres que en este caso aún pervive es la visita anual al cementerio el primero de noviembre, cuando la Iglesia Católica celebra la festividad de Todos los Santos. Cientos de santurtziarras se acercan al cementerio municipal para honrar a sus familiares difuntos. El Ayuntamiento pone a punto las instalaciones y los santurtziarras limpian y engalanan las sepulturas con adornos florales. Aunque para no faltar a la verdad, cada vez son menos.

Otra costumbre ya desaparecida con los nuevos tiempos era la de aprovechar esa festividad para estrenar nueva ropa de invierno: el abrigo o la gabardina. La visita al cementerio era un acto social al que había que ir con las mejores galas.

Todos estos cambios pueden en un futuro complicar las investigaciones genealógicas para las que los libros de enterramiento, las esquelas y los recordatorios son fuentes de información muy útiles.

En la actualidad, los cementerios se han convertido en un recurso turístico-cultural. Se ofrecen visitas guiadas a los principales cementerios que contienen sepulturas realizadas por arquitectos y escultores y que constituyen verdaderas obras de arte al aire libre.

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Como decíamos en la entrada precedente, el 3 de abril de 1787 se emite la Real Cédula en la que el rey Carlos III decreta la obligación de construir recintos dedicados a cementerios alejados de los núcleos de población para velar por la salud pública.

Esta Real Cédula se complementa con la circular firmada por Carlos IV el 28 de junio de 1804 en la que se especifica algunas características morfológicas que deben cumplir esos nuevos  cementerios. Deben construirse en sitios elevados, bien ventilados, aprovechando, si es posible, ermitas preexistentes que puedan reutilizarse como capillas. Deben elegirse terrenos cuyas características faciliten la degradación de la materia, sin posibilidad de efectuar contacto con las capas freáticas. El área destinada a los enterramientos deberá estar descubierta, al aire libre, y disponer de espacios específicos para párvulos, clérigos, etc. en su interior. Se permite la erección de sepulturas de distinción (capillas y panteones). El recinto deberá cercarse con un muro o una valla de dos metros de alto para impedir el paso de animales o personas que pudieran profanarlos. El acceso a los cementerios se hará a través de puertas de hierro con candado.

Respecto al tamaño, la superficie del cementerio deberá ser tal que sus medidas permitan asumir las necesidades de inhumación de cadáveres de un año, calculados según el recuento estadístico de los cinco últimos años como media, con dos cadáveres por sepultura y un período de tres años para la consunción de los restos orgánicos.

Respecto a la distancia que separa el nuevo cementerio del núcleo de población, esta se relaciona con el número de habitantes. Si la localidad sobrepasa los 20.000 habitantes el cementerio se ubicará a más de dos kilómetros, si tiene más de 5.000 habitantes se ubicara a más de un kilómetro y para poblaciones más pequeñas serán suficientes 500 metros. Habría ciertas excepciones en el caso de núcleos dispersos dentro de un mismo municipio.

Sin embargo, la circular de Carlos IV no determina la jurisdicción municipal o eclesiástica de las nuevas construcciones. Surge así una jurisdicción mixta eclesiástico-civil del cementerio. La legislación desarrollada a  lo largo del siglo XIX establece que compete a los ayuntamientos la creación, conservación y custodia de los cementerios. Así lo establece la ley 8 de enero de 1845 y la de 21 de octubre de 1868. El expediente del cementerio deberá ser instruido por el Ayuntamiento, contando con la asesoría de la Junta Municipal de Sanidad y el cura párroco. El plano será autorizado por un arquitecto, ingeniero o maestro de obras.

Como he comentado en la entrada precedente, no he encontrado hasta el momento ningún documento relativo a la construcción del nuevo cementerio que sí que parece cumplir los requisitos contenidos en la circular de Carlos IV. Afortunadamente sí que he encontrado un interesante documento fechado el 29 de febrero de 1844: un informe de la comisión nombrada por el Ayuntamiento de Santurce para reconocer e inspeccionar el cementerio o camposanto del concejo. La comisión está constituida por Juan Francisco de Arrarte, Leonardo de Zuazo y Manuel de Llantada, el cura párroco, Nicolás de la Pedraja en aquel entonces, y el cirujano Justo de Cosca.

De este informe se deduce información muy interesante. La comisión advierte que son necesarias algunas reformas en el muro perimetral, puerta de acceso y en el propio interior del cementerio. Deduzco que el cementerio lleva unos cuantos años en uso y se ha ido deteriorando por falta de mantenimiento.

Esta reforma se acomete en algún momento después, aunque no tengo datos precisos. Es interesante una referencia que aparece en los libros de cuentas de la parroquia de san Jorge en 1857. Se anota un ingreso de 532 reales procedentes de la venta al Ayuntamiento del terreno de la ermita del beaterio de la Merced para ampliación del cementerio.

Parece ser que el encargado de redactar el proyecto es el arquitecto Antonio de Goycoechea Ercoreca, el mismo que realiza la antigua Escuela de Náutica, según se desprende de la correspondencia intercambiada entre Cristóbal de Murrieta y Juan María Ybarra. Y se erigirá una capilla particular propiedad de los Murrieta. En este camposanto recibirá sepultura el cadáver del prócer local a finales de agosto de 1869.

Quien puede recibir sepultura en el cementerio quedaba en manos de las autoridades eclesiásticas. Esto constituirá un crónico tema de fricción entre las autoridades eclesiásticas y municipales. Dado que el espacio del cementerio se circunscribe al mundo católico, quedan fuera de él todos los que no se integran en la comunión de fieles con derecho a sepultura en tierra consagrada: apóstatas, excomulgados, suicidas y pecadores públicos.

Avanzado el siglo XIX, se incorpora la libertad de cultos al ordenamiento jurídico (constitución de 1869, constitución de 1876) y se amplían los cementerios con espacios para los no católicos, adyacentes a los cementerios católicos pero claramente separados. Los terrenos contiguos deberán estar rodeados de un muro similar al del camposanto católico. El acceso se hará por una puerta principal independiente por el que entrarán los cadáveres para ser inhumados y las personas que los acompañen.

Así, en octubre de 1880, el Ayuntamiento de Santurce procede a sacar en pública subasta las obras de construcción de un cementerio para los no católicos y niños sin bautizar (para disidentes en el documento original). Se adjudica el remate de las obras a Manuel Calvo por un importe de 1.967 pesetas. El proyecto de esta ampliación es redactado por el maestro de obras Francisco de Berriozábal.

La puerta de acceso, según se presenta en el proyecto, no puede ser más tétrica.

Casi al mismo tiempo se acomete la ampliación del viejo cementerio y la construcción de un segundo cementerio entre los barrios de Nocedal y Ortuella por ser insuficiente el primero, debido al notable incremento de población experimentado en la zona minera del entonces Concejo de Santurce. La Diputación de Bizkaia aprobó su construcción el 29 de julio de 1882 y se inauguró el 20 de noviembre de 1883. El proyecto fue obra del arquitecto Casto de Zavala Ellacuriaga (Elorrio, 1844 – 192?).

Respecto a la ampliación del cementerio ubicado en el “casco”, se conservan planos firmados por el maestro de obras Francisco de Berriozábal. Parte de los terrenos que se añaden al cementerio eran propiedad de Casilda de la Quintana Murrieta. La ampliación fue realizada por el contratista Juan Urrutia y con ella prácticamente se dobla la superficie del camposanto.

En 1898 el arquitecto Emiliano Pagazaurtundua levanta un nuevo plano que no difiere demasiado del anterior. En 1904 el mismo arquitecto estipula las condiciones con arreglo a las cuales se construirá una caseta con destino a depósito de cadáveres y sala de autopsias.

En aquellos primeros años del siglo XX la cesión de una parcela de 12 metros cuadrados costaba entre 675 y 900 pesetas. Las familias más pudientes solicitaron parcelas de entre 4,5 y 12 metros cuadrados para emplazar sus panteones familiares (Alzaga, Amezaga, Aramburuzabala, Balparda, Basaldua, Basarte, Castaño, Goyarzu, Mendizabal, Murrieta, Pagazaurtundua, Quintana, Ulacia, etc.).

El 30 de abril de 1910 documentamos la primera propuesta para trasladar el camposanto de ubicación. El concejal Pablo Larrabide presenta una moción para clausurar el cementerio y trasladarlo a otro lugar con mejores condiciones higiénicas. El Ayuntamiento comisiona a José Loidi, Juan José Mendizábal, al arquitecto Emiliano Pagazaurtundua, al médico titular Guillermo Gorostiza y al proponente para que informen al respecto. En mayo se acuerda ejecutar trabajos de calicatas en un terreno de Bizio, en el barrio de Kabiezes, para conocer las condiciones edafológicas del mismo. Para finales de 1911 ya se ha decidido que ese emplazamiento es idóneo y se autoriza a la comisión para que se entienda con los propietarios de los terrenos. La construcción del nuevo cementerio se demora por las dificultades económicas que tiene el Ayuntamiento para afrontar la tarea a pesar de que es evidente que el viejo cementerio es insuficiente y está enclavado en el centro el pueblo, junto al hospital asilo y las escuelas municipales y en un plano superior por lo que se producen filtraciones de líquidos de putrefacción.

En la imagen siguiente, fechada en 1925, se señala con una flecha roja el cementerio católico y con una flecha amarilla el cementerio para disidentes.

Imágenes con más detalle del viejo cementerio apenas existen. Se conserva una, de cuando ya había sido clausurado, en el que se aprecia el arco neogótico de acceso.

A finales de 1923, la Comisión de Fomento informa que las campas de Vicío en Cotillo cumplen con los requisitos exigidos para construir el nuevo cementerio y, en consecuencia, el Ayuntamiento acuerda aceptar dicho emplazamiento y encargar al arquitecto Emiliano Pagazaurtundua el proyecto. En junio de 1925 se aprueba el proyecto. Se procede a la expropiación de los terrenos afectados y se adjudican las obras en marzo de 1928 al contratista Juan Dimas Garmendia, vecino de Portugalete, por la cantidad de 92.100 pesetas. Pero esto ya forma parte de la historia del cementerio actual…

El 20 de mayo de 1930 se procedió a la clausura del viejo cementerio y a la inauguración del nuevo cementerio, ubicado en el paraje Bizio, en el barrio de Kabiezes. Nuevamente se alejaba del centro de la población. La prensa de la época reseñaba la noticia con detalle.

En julio de 1931 se acuerda instalar un cierre de madera en las puertas del cementerio católico y civil recién clausurados para evitar que se vea el interior de éstos. Y una de las últimas menciones al cementerio viejo la encontramos en 1947. Una vez clausurado el cementerio el solar permanece sin uso durante quince años. Pasado ese tiempo, el Ayuntamiento acuerda con Anastasio Amesti su limpieza de escombros y piedra para poder disponer del terreno en el futuro. Así mismo, el Ayuntamiento había encargado con anterioridad al maestro cantero el traslado al nuevo cementerio de las tumbas de los hermanos Gómez Marañon y del médico Lino A. Rúa.

No puedo acabar la entrada sin recordar que hasta 1933 los barrios de Galindo, La Sierra, Rivas y Repélega pertenecían al municipio de Santurtzi y, en consecuencia, sus vecinos al fallecer eran enterrados en el cementerio viejo. Los cortejos fúnebres cruzaban todo Portugalete hasta llegar a su destino final y provocaban, a menudo, quejas de los vecinos y regidores de la villa jarrillera por el itinerario elegido.

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La interesante historia de los cementerios santurtziarras, que he resumido en el artículo publicado en noviembre en ensanturtzi.com, puede dividirse en tres periodos:

  • hasta aproximadamente 1815, cuando los enterramientos se hacen en torno a la iglesia y en su interior,
  • entre 1815 y 1932, cuando se realizan en el cementerio viejo,
  • y desde 1932, cuando se realizan en el cementerio actual.

En primer lugar, hay que aclarar que enterrar a los difuntos en el entorno de los templos data de antiguo y es previa a los efectuados en el interior. En Bizkaia existen numerosos ejemplos de cementerios de la Alta Edad Media situados en torno, alrededor, o junto a un templo. A partir del siglo XII comenzaron a realizarse enterramientos en el interior de las iglesias, sobre todo en las pertenecientes a órdenes religiosas. Esta costumbre se consolida por razones religiosas y económicas. Se pensaba que los enterramientos en el interior del templo hacían más efectivos los sufragios por el alma de los difuntos, al facilitar el recuerdo de los muertos y favorecer la intercesión de los santos. Y la Iglesia no lo desmentía porque, a la vez que conformaba a los creyentes, constituía una muy buena fuente de financiación de las arcas eclesiásticas. Para el siglo XVI ya era general la costumbre de enterrar dentro de las iglesias, que perdurará hasta el siglo XIX.

Los enterramientos en el interior de los templos generalmente ocupan bien los tramos delanteros o los traseros de la nave central. Las tumbas pueden ser simples fosas abiertas en la tierra sobre las cuales se disponen cubiertas de madera o sepulturas más elaboradas construidas con piedras y ladrillos y cubiertas por dos o tres losas de piedra. Esto en lo que concierne a sepulturas de personas comunes ya que las familias más distinguidas económica y socialmente tenían sus propios enterramientos, más o menos elaborados artísticamente, dentro de los templos. Tanto el clero parroquial como las distintas comunidades religiosas tenían instalado su propio osario en lugar privilegiado, cerca del presbiterio o en torno al altar mayor.

Según constatan sus respectivos libros de fábrica, una mayoría de templos vizcaínos renuevan a lo largo del siglo XVIII, fundamentalmente a mediados de siglo, sus necrópolis interiores, reestructurando el espacio sepulcral. En el territorio perteneciente al Obispado de Calahorra-La Calzada, en el que se incluía Santurtzi, una norma de 1700 establece que no puede utilizarse una sepultura hasta que no haya transcurrido un año desde el último enterramiento, y cuando se haga, se vacíe la tumba y se llene de tierra. Por lo tanto, lo más habitual era el vaciado de la sepultura antes de proceder a una nueva inhumación y el traslado de los huesos al osario. Los osarios se construyen, reconstruyen y trasladan tantas veces como sea necesario. La presencia de osarios localizados en el interior del templo o adosados a alguno de sus muros exteriores o incluso un poco alejados de la iglesia es una práctica generalizada.

En lo que concierne a San Jorge de Santurtzi, en 1605, el visitador general del arzobispado de Burgos, el licenciado Antonio de Valderrábano, mandó que las sepulturas que estaban de media iglesia hacia adelante se llenaran de tierra y se allanase el suelo, para que el nivel llegase hasta la primera grada que llevaba a la capilla mayor. Seguidamente, indicaba que, en el crucero de la iglesia, las gradas del altar mayor se iniciaban sobre la sepultura de Lope de Bañales (señor de la casa-torre de Bañales en Santurtzi, fallecido en 1563), y ordenaba a su sucesor, Martín de Bañales, que la quitase y sacase de la iglesia, dejándola desembarazada, sin bulto ni tumba, y que una vez quitada la tumba pudiese poner en su lugar una piedra y lápida sobre dicha sepultura, la cual podría elevarse media cuarta de vara.

Respecto al cementerio anexo, en un testimonio notarial otorgado por Antonio de Laya y Murga en 1668 se levanta acta de la colocación de veintidós cureñas en el cementerio de la iglesia de San Jorge de Santurce, y sus alrededores, por orden de don Pedro de Amabiscar, Síndico Procurador General de las Encartaciones.

Este testimonio viene confirmado en la imagen, correspondiente a 1684, incluida en informe que el capitán portugalujo Juan de Taborga realizó sobre las baterías de costa que protegían el Abra. En el dibujo se aprecian las baterías y otros edificios significativos en el puerto. En el centro se encuentra representada la iglesia de San Jorge con todo el recinto que le circunda destinado a cementerio.

Entre febrero y abril de 1990 se realizaron obras de pavimentación del suelo de la iglesia y se aprovechó para realizar un limitado estudio arqueológico de los restos descubiertos durante las obras. Se pudo observar que el nivel del suelo había sido elevado un metro aproximadamente con relleno de tierra traída de fuera, tierra oscura y suelta que presentaba abundantes restos óseos humanos del siglo XVIII sin conexión anatómica alguna y procedentes de ese cementerio anexo al templo, ubicado a su alrededor.

Apareció además un elemento relevante, la tapa de sarcófago con base plana y a dos aguas, con acanaladuras longitudinales remarcando las aristas y bordes de la pieza, que cronológicamente habría que datar o situar en la Baja Edad Media. Hoy permanece olvidada en una esquina de la iglesia.

Y lo más importante, aparecieron restos pétreos prerrománicos cuyo origen sería la primitiva ermita que se dataría en los siglos VIII o IX, pero este es otro tema…

Mediado el siglo XVIII el reformismo ilustrado desarrolló una intensa campaña de tipo higienista contra los enterramientos en el interior de los templos y en los atrios de las iglesias parroquiales situadas dentro de los núcleos urbanos, ya que el incremento demográfico empezaba a originar graves problemas de salubridad.

Con motivo de una virulenta epidemia sufrida en Pasaia (Gipuzkoa) en 1781, el hedor que se percibía en la iglesia parroquial era insoportable, además de insalubre. El 3 de agosto de 1784 una Real Orden de Carlos III disponía que a partir de entonces los cadáveres no fueran inhumados en las iglesias. Tres años más tarde, esta medida fue ratificada por una Real Cedula firmada el 3 de abril de 1787. Carlos III ordena que los enterramientos se realicen en cementerios y que éstos se construyan alejados de las poblaciones.

Sin embargo, la aplicación de esta orden se dilató al menos hasta la primera década del siglo XIX, tanto por las limitaciones presupuestarias de las administraciones parroquiales como por las resistencias de los feligreses apegados a sus creencias y tradiciones y la oposición de la Iglesia, que la consideraba una injerencia inaceptable del Estado en sus prerrogativas en el ámbito funerario. Además, la medida le causaría un importante perjuicio económico por la pérdida de ingresos por derechos de sepultura.

Según la Real Cédula, la construcción de los nuevos cementerios requiere el acuerdo entre autoridades civiles y eclesiásticas,  la ejecución de las obras se hará con el menor coste posible y se costearán con fondos parroquiales y públicos, más o menos al 50%. En caso de discrepancia se impondrá la resolución de la autoridad civil.

La construcción de cementerios alejados de los núcleos de población no fue inmediata, al contrario se demoró y mucho. Prácticamente antes del comienzo del siglo XIX no se había llevado a cabo ninguna edificación mortuoria de este tipo de forma generalizada. En consecuencia, Carlos IV en una circular de 28 de junio de 1804 reitera las órdenes, por entonces incumplidas, de la Cédula de su antecesor. Se recordaba, una vez más, la idoneidad de construir los cementerios fuera de las poblaciones, de acuerdo a una serie de recomendaciones: situarlos en lugares altos, alejados del vecindario y sin filtración de aguas. José Bonaparte, en un decreto de 4 de marzo de 1809, establece que para el día 1.º de noviembre de ese año se arrestase a los miembros de la Clerecía y las Municipalidades que no hubieran cumplido con su obligación en cuanto a la construcción de cementerios. A partir del 31 de octubre de 1814, la Diputación dispuso que no se enterrara cadáver alguno en las iglesias.

Por tanto, la llegada del siglo XIX viene a marcar el abandono del interior de los templos con fines sepulcrales, transfiriéndose dichas funciones a los camposantos externos, que están ya construidos en el primer cuarto del siglo XIX. Y así debe suceder en Santurtzi aunque no he encontrado, hasta el momento, datos concretos de la construcción del primer cementerio de nuestro municipio. Cierto es que hacia 1815 se procede a entarimar el suelo para hacerlo más firme y sólido. Es en ese momento cuando se nivela el subsuelo y se rellena hasta conseguir una superficie totalmente plana sobre la que instalar la tarima de madera. Y así se abandona definitivamente la costumbre de enterrar a los difuntos en el interior de la iglesia.

La construcción de este nuevo cementerio, hasta cierto punto alejado de la iglesia de san Jorge tiene, relación con la necesidad de edificar una casa consistorial que hasta entonces no había hecho falta ya que los cementerios adosados a los muros exteriores de iglesias parroquiales tenían otra función, que ahora puede parecernos asombrosa o extraña. Eran los lugares en donde se reunían los habitantes de un concejo en asamblea. La costumbre de reunirse en los cementerios para celebrar ayuntamientos se reforzó cuando la mayor parte de estos cementerios adosados se cubrieron con pórticos. De hecho en la documentación de los siglos XVI al XIX se utilizan indistintamente los términos cementerio, atrio y pórtico para hacer alusión a una misma realidad. De aquí procede la denominación de anteiglesia que emplean muchos municipios de Bizkaia.

Así, el 1 de julio de 1827 el Ayuntamiento del Concejo de Santurce inauguraba y se reunía por primera vez en la primera casa consistorial de su historia. Hasta ese momento, las asambleas de regidores y vecinos, en el tradicional concejo abierto, se habían realizado en el cementerio anexo a la iglesia de San Jorge, bajo su pórtico. Hasta entonces, la iglesia parroquial había sido no solo el centro de la vida religiosa sino también de la civil del municipio y en su archivo se custodiaban no solo los libros de culto y clero, incluidos los de la cofradía de pescadores, sino también los libros de actas del concejo. Nuevos aires llegaban, poco a poco, a Santurtzi.

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La última semana de noviembre tendrán lugar unas jornadas de historia local cuya temática será la Guerra Civil. Organizadas por el Ayuntamiento de Santurtzi, estas jornadas tituladas La memoria visible pretenden rememorar acontecimientos sucedidos en Santurtzi durante aquellos aciagos doce meses entre julio de 1936 y junio de 1937, dando voz a las víctimas y recorriendo los lugares de memoria más significativos del municipio. Todo ello tiene como objetivo invitarnos a reflexionar conjuntamente sobre la memoria democrática, la paz y la convivencia, pilares base de nuestra sociedad.

En las jornadas participarán personas expertas en convivencia, conflicto y derechos humanos del grupo BAKEOLA y Javier Barrio, historiador y director del Museo de Las Encartaciones, así como historiadores locales.

Este es el programa de las jornadas:

Y para entrar en materia, estas son las entradas publicadas en el blog al respecto:

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